Terraza 

Vio su silueta a través de la persiana ¡estaba desnuda! ¿Qué rayos hacía desnuda en la terraza pasada la media noche? Dejó su maleta y el saco, corrió  muy despacio la puerta y la observó, la luz de la luna dibujaba su cintura, ella se balanceaba suavemente, descalza y con una cerveza en la mano, bohemia weizen ¿porqué no?

Giró y sus ojos se abrieron como platos al descubrirlo recargado en el marco de la puerta y con su sonrisa sarcástica pintada hasta en la mirada. 

-¿Hace cuanto estás ahí? – preguntó quitándose los audífonos y sintiendo como se ruborizaba.

-El necesario – respondió robándole un trago de cerveza y atrayéndola hacia su cuerpo – ¿qué haces aquí, desnuda y a esta hora? – susurró besando su cuello sin consideración.

Ella arqueo su espalda para colgarse de sus hombros.

-No podía dormir.

-¿Porqué? 

-Tú no estabas.

-¿Y?

-Hacía calor. 

-Ajá – dijo deslizando sus manos hasta su trasero.

-¿Tú no tienes? – inquirió coqueta mientras desabrochaba su camisa de rayas.

-Ese no es el punto – dijo riendo mientras se despojaba del resto de la ropa- alguien pudo haberte visto.

-Naaa todos están dormidos – rezongó poniéndose de puntillas y buscando su piel.

-Como deberías estar tú.

-¿Prefieres que me vaya a dormir? – quiso saber mientras enredaba su pierna en su cadera.

-Después…

La impulsó sobre su cadera y entró en ella sin resistencia, ambos se apretaron uno contra el otro, disfrutando la sensación de envolverse y contenerse. Ella empezó a moverse, lentamente, sosteniéndose de su espalda, él mordía su piel y dejaba sus dedos marcados en sus nalgas. Cada vez más intenso, más rápido, más profundo. Cayeron aparatosamente sobre el sillón gris de la terraza, giraron y él quedó sobre ella, se detuvo para besarla, saboreando su aliento, su lengua, las comisuras de sus labios. Volvieron las embestidas, ella gimió, poco a poco se conectaron y se transformaron en volcán, sintiendo el calor, sintiéndose, los latidos a tope, la mirada feliz.

-Creo que ahora si puedo dormir – ronroneó acurrucándose en la cuna de su cuerpo.

Le dio un beso en la frente y suspiró, nunca antes habían dormido en la terraza.


 

Piso 18

La tarde estaba lluviosa pero el sol insistente, el ambiente se sentía caluroso y húmedo. Ella llegó al hotel pasando las seis, se acomodó en la terraza y pidió un mojito, cerró los ojos y dejó que el viento le repitiera su nombre, la sonrisa fue involuntaria, la expectativa llegó directo a la entrepierna.

Justo cuando ordenó el segundo mojito recibió un mensaje: 1814. Su mirada se encendió, dio un sorbo largo, dejando que el ron y la hierbabuena resbalaran por su garganta, el azúcar llegó a sus rodillas y el hielo a sus sienes. No había prisa pero sus dedos tamborileaban en la mesa, terminó el trago y pidió la cuenta.

Tomó el ascensor y, ya dentro, se retocó el labial rosa, agitó su cabello y puso el celular en silencio. Tocó la puerta, tres golpes firmes. Unos segundos después, una eternidad, apareció en la penumbra, solamente con el pantalón de cashmere gris y su sonrisa mordiendo el labio. 

Le tendió una mano y cerró la puerta tras de sí. La hizo soltar la bolsa mientras besaba su cuello, acercándola, buscando que sintiera sus ganas, metió la mano bajo el vestido azul y pudo sentir su humedad bajo la tanga, rompiéndola en dos movimientos cayó al piso, ella intentó respingar, él la besó, jugando con sus dedos en su interior, dejando que bajara sus pantalones y quitándole el resto de la ropa.

Cayeron en la cama sin aliento, ansiosos, abriendo mar y provocando cielo, empatando el aliento y pidiendo más, ella lo rodeó con sus piernas, él empujó más, las caderas en pleno tango, los labios de par en par, dedos hurgando, lunas explotando justo al caer la noche.

Permanecieron entrelazados, sabe Dios cuánto tiempo, él dormía mientras ella se enfundó de nuevo en su vestido azul, ahora sin ropa interior, sonrió. 

Salió tarareando la canción de Lady in Red, meneando  las caderas y buscando el equilibrio con sus temblorosas piernas. Jugar a no conocerse se estaba convirtiendo en su favorito. Sacó su celular y tecleó:

«Me debes una tanga. Te espero en la casa. Te quiero.»

Amanecer 

Regresó de la cocina y se quedó mirándolo, dormía plácidamente. Abrió un ojo le dijo:

-¿Ves como si me espías mientras duermo?

-Jajajaja ¡claro que no! Estaba pensando como despertarte – respondió mientras lo recorría a gatas hasta llegar a su boca besándolo como el café de la mañana.

Pronto lo sintió despertar bajo su cuerpo. Su piel caliente, la suya húmeda, en dos movimientos estaba dentro, él gimió. Ella se aferró del edredón de colores y cerró los ojos ¡carajo qué bien se sentía estar así! Se balanceó despacio y él le susurró:

-Quítate la ropa, necesito verte.

Se irguió sobre su cadera y se despojó de la camiseta negra, cuidando de hacerlo sin prisa, dejando al descubierto sus senos con los pezones muy erectos. Lamió sus labios y se enderezó hasta tocarlos suavemente con su lengua, cubrirlos, inflamarlos, ir perdiendo el control, acelerando el ritmo, con las manos en su espalda, ella colgada de sus hombros hasta volverse rocío y mojarlo todo. Se dejaron caer sobre las sábanas.

-Ojalá todos los domingos amanecieran así – suspiró antes de quedarse dormida.

Perspectivas desde una silla 

Ella lo miraba desde la cama, enfundada en su camisa de rayas negras. Él estaba trabajando en un reporte para una trasnacional colombiana, muy concentrado, o casi. Levantó la mirada y se topó con la suya, mordiéndose el labio desde el espejo.

Sonrió coqueto y le guiñó un ojo, intentó continuar trabajando pero sus ojos insistentes lo hicieron volver a buscar su silueta, justo cuando se llevaba el índice a la boca. 

-¡Eres un demonio! – exclamó arrastrando la silla y poniéndose de pie.

-¿Ah si? – inquirió saltando de la cama y caminando hacia él.

-¡Por supuesto! Lo sabes muy bien.

-No sé de qué me hablas – alegó mientras bajaba sus bóxers y lo hacía sentarse de nuevo en la silla.

Se fue desabrochando la camisa muy despacio perdida en sus ojos, permitiéndole ver su cuerpo poco a poco, sonriendo al verlo cada vez más erecto, acercándose hasta saborearlo con su lengua, hacerlo suyo entre apretones y suspiros mientras lo dejaba ver su trasero en el espejo, contoneándolo, a gusto y a propósito. 

Se montó sobre sus piernas sin miramientos, dejándolo entrar, provocando que cada sensación le llenara el cuerpo, colgada de su cuello mirando por la ventana, justo el sol caía sobre el cerro, se contagió de naranja y amarillo, mordiendo su cuello, girando sus caderas. Él resbalando en su espalda, mirando su piel en el espejo, sus tatuajes, sus lunares, empujándola, encendiendo los puntos que conocía. Los dos vueltos fuego entre el crujir de la madera y el aire que se volvía grito entre cortado hasta desvanecerse uno en la otra. Uno mirando el espejo y la otra el lugar que había ocupado el sol.

Se levantó de la silla cargándola, cayeron en la cama, exhaustos y felices. Colombia podía esperar.