Piso 18

La tarde estaba lluviosa pero el sol insistente, el ambiente se sentía caluroso y húmedo. Ella llegó al hotel pasando las seis, se acomodó en la terraza y pidió un mojito, cerró los ojos y dejó que el viento le repitiera su nombre, la sonrisa fue involuntaria, la expectativa llegó directo a la entrepierna.

Justo cuando ordenó el segundo mojito recibió un mensaje: 1814. Su mirada se encendió, dio un sorbo largo, dejando que el ron y la hierbabuena resbalaran por su garganta, el azúcar llegó a sus rodillas y el hielo a sus sienes. No había prisa pero sus dedos tamborileaban en la mesa, terminó el trago y pidió la cuenta.

Tomó el ascensor y, ya dentro, se retocó el labial rosa, agitó su cabello y puso el celular en silencio. Tocó la puerta, tres golpes firmes. Unos segundos después, una eternidad, apareció en la penumbra, solamente con el pantalón de cashmere gris y su sonrisa mordiendo el labio. 

Le tendió una mano y cerró la puerta tras de sí. La hizo soltar la bolsa mientras besaba su cuello, acercándola, buscando que sintiera sus ganas, metió la mano bajo el vestido azul y pudo sentir su humedad bajo la tanga, rompiéndola en dos movimientos cayó al piso, ella intentó respingar, él la besó, jugando con sus dedos en su interior, dejando que bajara sus pantalones y quitándole el resto de la ropa.

Cayeron en la cama sin aliento, ansiosos, abriendo mar y provocando cielo, empatando el aliento y pidiendo más, ella lo rodeó con sus piernas, él empujó más, las caderas en pleno tango, los labios de par en par, dedos hurgando, lunas explotando justo al caer la noche.

Permanecieron entrelazados, sabe Dios cuánto tiempo, él dormía mientras ella se enfundó de nuevo en su vestido azul, ahora sin ropa interior, sonrió. 

Salió tarareando la canción de Lady in Red, meneando  las caderas y buscando el equilibrio con sus temblorosas piernas. Jugar a no conocerse se estaba convirtiendo en su favorito. Sacó su celular y tecleó:

«Me debes una tanga. Te espero en la casa. Te quiero.»

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