Perspectivas desde una silla 

Ella lo miraba desde la cama, enfundada en su camisa de rayas negras. Él estaba trabajando en un reporte para una trasnacional colombiana, muy concentrado, o casi. Levantó la mirada y se topó con la suya, mordiéndose el labio desde el espejo.

Sonrió coqueto y le guiñó un ojo, intentó continuar trabajando pero sus ojos insistentes lo hicieron volver a buscar su silueta, justo cuando se llevaba el índice a la boca. 

-¡Eres un demonio! – exclamó arrastrando la silla y poniéndose de pie.

-¿Ah si? – inquirió saltando de la cama y caminando hacia él.

-¡Por supuesto! Lo sabes muy bien.

-No sé de qué me hablas – alegó mientras bajaba sus bóxers y lo hacía sentarse de nuevo en la silla.

Se fue desabrochando la camisa muy despacio perdida en sus ojos, permitiéndole ver su cuerpo poco a poco, sonriendo al verlo cada vez más erecto, acercándose hasta saborearlo con su lengua, hacerlo suyo entre apretones y suspiros mientras lo dejaba ver su trasero en el espejo, contoneándolo, a gusto y a propósito. 

Se montó sobre sus piernas sin miramientos, dejándolo entrar, provocando que cada sensación le llenara el cuerpo, colgada de su cuello mirando por la ventana, justo el sol caía sobre el cerro, se contagió de naranja y amarillo, mordiendo su cuello, girando sus caderas. Él resbalando en su espalda, mirando su piel en el espejo, sus tatuajes, sus lunares, empujándola, encendiendo los puntos que conocía. Los dos vueltos fuego entre el crujir de la madera y el aire que se volvía grito entre cortado hasta desvanecerse uno en la otra. Uno mirando el espejo y la otra el lugar que había ocupado el sol.

Se levantó de la silla cargándola, cayeron en la cama, exhaustos y felices. Colombia podía esperar.

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